El coaching en la política y la política del coaching

El coaching en la política y la política del coaching

7 de junio de 2022

…de Christian Zampaglione

Usted también es coach, ¿lo sabía? Bueno, tal vez no un coach profesional, porque no se ha formado como tal. Un coach profesional tiene dos habilidades claves que lo definen: Escuchar y preguntar. Y al igual que yo, que, si soy un coach profesional, usted también posee esas destrezas.

Si ha criado hijos, si ha consolado a un amigo o brindó situaciones de apoyo a otra persona, eso que ha hecho de manera espontánea, es lo que un coach hace de manera profesional.

Si pasamos por alto el bastardeo del término por el mal uso del nombre en programas de televisión, menciones periodísticas erróneamente aplicadas y estafadores piramidales bajo la pantalla de esa disciplina, podemos decir que el Coaching es una herramienta en realidad fabulosa que lamentablemente por todo lo anterior tiene un aura de desconfianza y falsos poderes de manipulación.

Ahora es común escuchar en los periodistas el término “está coucheado”, para referirse a algún político, activando la fantasía de artificialidad o falsedad en los dichos de la persona. Eso también ha contribuido a desacreditar la disciplina.

El coaching, tanto personal, organizacional o político, persigue el objetivo de ampliar el marco de creencias de la persona que lo recibe. Amplificar la observación y con ello adquirir nuevas posibilidades de acción.

Si nos detenemos en el ámbito exclusivamente político, aclaremos, sin caer en extensas definiciones, que el coach, como ya dijimos, escucha y pregunta. Es una herramienta conversacional que apunta a optimizar tanto la gestión como las posibilidades de un candidato a un cargo electivo.

En toda persona inmersa en un ecosistema se van reforzando sesgos que la alejan del marco objetivo, y, por ende, su percepción de la realidad se va tergiversando, limitando su toma de decisión a lo que cree saber en vez de lo que es. Si a eso le sumamos que necesita creer en sí mismo, mucho más que en otros campos de acción, dado el intenso protagonismo que debe asumir, tanto en gestión como en campaña, un coach es un analista fiel que lo ayuda, confidencialmente, a evaluar el impacto de lo que hace (y no hace) de manera mucho más objetiva.

Todo político es un personaje que convive con la persona. A veces el primero fagocita lo segundo. Ahí empiezan los problemas. Y no son menores.

Recuerdo el caso de un coaché (así se denomina usualmente a la persona que trabaja con un coach), un candidato a alcalde municipal en una región de México, que como persona anhelaba postularse para Gobernador, pero su Partido, el poderoso PRI, le había negado la posibilidad. Como no quería volver al llano, aceptó lo que no deseaba, la candidatura a la alcaldía. Su familia le recalcaba que aceptar candidatearse implicaba doblegarse ya que no estaban valorando su trayectoria. Para colmo, le ponían un coach a trabajar con él, “como si fuera necesario”.

El candidato en cuestión llegaba tarde a las sesiones, desafiante, y muy parco en sus expresiones. Era muy difícil establecer el marco de confianza indispensable para avanzar. En la segunda sesión, observé que se frotaba nervioso un costado de la cintura y adelantaba su pecho como queriendo acomodar su columna para luego regresar suspirando a su pose original, encorvado en su silla y resoplando. Le pedí un café para distender el clima y de paso verlo caminar. Algo arrastraba además de sus pies: era notoria su incomodidad. ¿Pero cómo podía llegar a trabajar donde mi intuición me decía que era la llave para iniciar un proceso genuino?

A veces el coaching es disruptivo: tomé mi café, me paré y le extendí la mano. Sorprendido me la dio y atinó a decir algo a la vez que se paraba confundido. Me le adelanté y le dije que él no contaba con el vigor necesario para encarar la campaña y que, de esa manera, y en tan poco tiempo, era imposible ganar y que, por lo tanto, no tenía sentido continuar un proceso que no daría ningún resultado.

Lógicamente, ponerle límites genuinos a un candidato cuando suelen ser ellos quienes lo ponen, genera una obligada apertura, sea desde el enojo, el fastidio o la sinceridad.

Para simplificar, optó por la primera, diciendo que él no era así, que la circunstancia lo tenía preocupado, y que su contexto personal lo tenía a mal traer. El acto de escucharlo con genuino interés llevó a que me cuente todo lo anterior, que yo pudiera ver la relación entre lo observado y una “trayectoria doblegada” y poder trabajar juntos su decisión: o seguía arrastrando su tristeza con dolores o empezaba a caminar su candidatura. Y también estaba la posibilidad de bajarse, claro.

Todo cambió: fue muy feliz bajándose de una contienda para un lugar que no deseaba. Ganar hubiese sido perder, por eso lo boicoteaba en actos. Pero trabajamos sus chances, sus deseos, su imaginarse ganando, su hipotética función. Todo sirvió para que tomase su decisión, no la mía. Conmigo sólo trabajó una realidad velada a su entender en ese momento. Fue un coaching exitoso, porque si algo se optimiza lo es. Fue irrelevante que no compitiera; de hecho, perder hubiese sido devastador para él.

Entonces, persona y personaje conviven en todo político. Equilibrar, armonizar, debatir, reforzar, anular, develar, suponer, ponderar, son todos verbos que hacen a la naturaleza del coaching.

El Coaching político sirve sólo si respetamos la política del coaching: principios, sinceridad y confidencialidad. Sin ellos, ni la mejor técnica puede derivar en algo positivo

En la próxima nota les compartiré las herramientas que un coach político aplica en su proceso con un candidato.

 

Christian Zampaglione

Coaching de liderazgo y Media Training