SpoilerAlert: el consenso son los padres
Esta semana tuve el placer de ser invitado a compartir un exquisito almuerzo con un reducido grupo de empresarios, periodistas y expolíticos, integrantes del afamado círculo rojo de mi provincia.
Como no podía de ser de otra manera acaparó la tertulia política la palabra de un exgobernador que consultado por el anfitrión del encuentro, sobre cuál debiera ser la salida del entuerto en el que se encuentra el país, respondió “el consenso”.
Los 80 y 90 del siglo pasado fueron, sin duda, las décadas del consenso. El Consenso de Washington, la apertura de la cortina de hierro que separaba al mundo, la conformación de la Unión Europea, el “pacto de la Moncloa” español y hasta el “pacto de Olivos” argentino, fueron algunos hitos marcados por esa ideología moderada que el expresidente Raúl Alfonsín dejara impresa para la posteridad en el libro “Democracia y Consenso” que tengo el honor de tener en mi biblioteca dedicado en puño y letra por el propio autor.
Pero la sociedad y la política son dinámicas y el tiempo no para, no para.
Hoy vivimos en un mundo muy vertiginoso y un país muy diferente al de aquellos años de grandes estadistas que creían posible la utopía. Y así como cualquier niño actual sabe ya que Papa Noel, Melchor, Gaspar y Baltasar son los padres, hasta el ciudadano de a pie más alejado de la política también sabe que el consenso es una quimera.
Vivimos en tiempo de hiper polarización.
Dos estudios internacionales muy frescos aún, el “Ederman Trust Barometer” confeccionado para el Foro Económico Mundial de Davos 2023 y el Informe “The Hidden Drug” confeccionado por la consultora española Llorente y Cuenca y la ONG más Democracia, dan cuenta de ello con sobrada comprobación empírica.
El primero afirma que Argentina es el país más polarizado del mundo, superando a Colombia, Estados Unidos, Sudáfrica, España y Suecia que se ubican en el mismo cuadrante de polarización severa.
Ambos ubican sus causas en la falta de confianza en las instituciones, desencadenada por la crisis económica, la desinformación, la fuerte desigualdad entre las clases y la falta de liderazgo político.
La polarización se alimenta de la desconfianza, el resentimiento y el odio. La hiperpolarización además exacerba esas emociones negativas debido a las burbujas generadas por los algoritmos informáticos que nos conducen a la comodidad de asociarnos con nuestros iguales, a encerrarnos en tribus cada vez más pequeñas, rechazando todo aquello que consideramos diferente.
No voy a profundizar en estos temas que ya traté anteriormente en este blog de PGD Consultores o divulgamos desde el portal ClimaSocial.ar, prefiero detenerme en el análisis de algunos datos aportados por la “Encuesta Nacional de Creencias Sociales” realizada por el observatorio de la Universidad de Buenos Aires especializado en el estudio de la opinión pública, Pulsar.UBA también disponible en portal ClimaSocial.ar
“Ponerse de acuerdo precisa, en primer lugar, conocer la posición del otro. La polarización se hace presente cuando diferentes grupos sociales solo están dispuestos a defender un conjunto acotado de valores y, a la vez, esas mismas proposiciones resultan inadmisibles por los grupos alternativos. En esos casos, la posibilidad de encontrar acuerdos, terrenos comunes o vías condensadas se evapora”.
En el almuerzo relatado al principio, una pregunta que se hicieron mis contertulios y cuya respuesta quedó flotando en el aire era si vivíamos en una democracia, plena. El estudio de Pulsar.UBA resolvió que en una escala de 1 a 10 los argentinos ubicamos en 8,72 puntos la importancia de vivir en una democracia como sistema de gobierno, pero calificó con un escaso 5,81 puntos a la democracia argentina.
Tal como muestra tan claramente la película documental «Boys State, experimento democrático”, disponible en la plataforma AppleTV+, gran parte del electorado argentino coincide con los estudiantes norteamericanos de ese film en que la partidocracia se impuso sobre la voluntad popular. “En la sociedad estadounidense contemporánea son los partidos políticos, al servicio de las grandes corporaciones, los que controlan el sistema democrático”, afirman los estudiantes en la película. «La casta no son sólo políticos: hay empresaurios, sindicalistas prebendarios, periodistas ensobrados y econochantas» pregona Javier Milei por estos lares, con cierto éxito persuasivo según muestran las encuestas.
Claro está que a pesar de ello hay un 73% de argentinos que preferimos vivir en democracia, aunque sea imperfecta. Pero hete aquí que hay un 27% de compatriotas que no. Incluso hay algunos no pocos que consideran que no nos vendría mal alguna dosis de autoritarismo, al menos al estilo de El Salvador de Nayib Bukele.
Tal es así que el estudio de marras clasifica en tres los tipos de “perfiles democráticos” argentinos:
- Demócratas puros (51% de los encuestados): prefieren a la democracia cómo régimen de gobierno y consideran que un presidente siempre debería terminar su mandato.
- Demócratas pragmáticos (23%): se caracterizan por preferir la democracia como régimen de gobierno, pero están abiertos a la posibilidad de revocar el mandato de un presidente si consideran que no está satisfaciendo las necesidades de la población.
- Demócratas indiferentes (25%): se caracterizan por tener una actitud indiferente hacia el régimen democrático. Aunque no se oponen a vivir bajo un régimen democrático, no tienen un compromiso particular con la democracia como forma de gobierno.
Estos perfiles de ciudadanos se encuentran en mayor o menor medida entre los simpatizantes de todos los partidos políticos, aunque en algunos espacios sobresalen unos más que otros, tal como muestra la siguiente imagen.
Una de las preguntas que suelen hacerme los periodistas en sus entrevistas es cómo repercute entre los votantes tal o cual pelea o evento generado dentro del sector político. Por ejemplo, qué repercusiones tuvo que la dirigente kirchnerista Fernanda Vallejos tratara de “mequetrefe” y “ocupa” al presidente Alberto Fernández, o que efecto causa la pelea entre los halcones y las palomas de Juntos por el Cambio. Y mi respuesta siempre es el misma: “ninguna, en la mayoría de la gente que vive mas ocupada por ver como llegar a fin de mes o en cuidarse que no la asalten en la calle mientras espera el colectivo. Solo una pequeña parte del electorado vive lo que pasa en la política, la mayoría prefiere desconectarse viendo el bailando de Tinelli o entretenerse con el show del futbol de ESPN”.
El informe de Pulsar.UBA pone números a mi retórica. 13% son los ciudadanos que se manifiestan muy interesados en las cosas que pasan en la política y 27% los que se manifiestan algo interesados. Por el contrario, 34% son los que se muestran poco interesados en seguir esos entuertos y 25% los que no están nada interesados en saber lo que allí pasa. Mostrando una radiografía donde casi el 60% de la gente se siente alejada y desconectada de la clase gobernante.
El corolario de esta nota es que para lograr “el consenso” tan declamado por los demócratas puros y moderados, es fundamental que entre los integrantes de la sociedad haya confianza. Mutua confianza. Y no solo entre los actores mismos de la política sino también entre estos y las masas de gente a la que creen representar.
La realidad nos muestra que esa confianza no existe. Ni entre los actores políticos (basta ver las internas existentes en los dos principales espacios de “la grieta”), ni entre la dirigencia política y la sociedad (basta ver como crece la adhesión a la propuesta libertaria contra “la casta”).
Pablo Gustavo Díaz
Consultor en marketing político